Un hombre con su revólver de pensamientos,
Mató la Luna, mató al Sol, mató a mi amor.
Otro con su aliento de sal de muerto,
Rozó la piel, la negra piel, la piel de Dios.
Yo enmudeció cincuenta años de filo,
Con la cara enterrada en la almohada, en la nieve, en la nada.
Me enjuagué la boca con gasolina,
Me llené las venas de hielo seco
Y escupí azufre a los necios,
A los convencidos de su idiotez.
Yo denuncié a los Legionarios de Cristo, a los pederastas del púlpito,
A esos viejos que buscan carnada en la religión.
Enjuagué su boca con gasolina,
Rellené sus venas de crucifijos,
Escupí azufre a esos necios
A los que bendicen su sombra en nombre de Dios.
Yo descubrí a los poderosos del reino, a los que procuran con vino y sexo al querubín
A ese monstruo precioso que se cena chiquillos del mercado de ángeles del país.
Un hombre con sus antenas de mala vibra
Quemó la silla donde fumaba mi mariguana, mi girasol.
Otro con su ladrido de perro enfermo,
Mordió mi alma, mordió mi oreja, mordió a mi amor.
Aquí no brama el bello mar,
Aquí se aprende a presagiar.
La calle exhala perdición,
Nadie salva la nación.
Aquí no brama el bello mar,
Aquí se aprende a presagiar.
La calle exhala perdición,
Nadie salva la nación.
Aquí no brama el bello mar,
Aquí se aprende a presagiar.
La calle exhala perdición,
Nadie salva la nación.
Aquí no brama el bello mar,
Aquí se aprende a presagiar.
La calle exhala perdición,
Nadie salva la nación.
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