Desperté y a mi lado estaba el tigre, Era toda la selva en dos pupilas. Ese miedo tremendo a la penumbra, Que es la cuerda del ojo equilibrista. Hay un río calado en los relojes, Son las aguas eternas el olvido. Algo quema detrás de los espejos, Y allá vamos, memoria de otro río. Penetrar el volcán, Ser su lava, su ardor, Y del fuego salir, Renovado, mejor. Y si un rayo partió nuestro último andén De ese cruel temporal es preciso aprender. Que en el viento el ciprés Es un junco plural, Que se dobla otra vez, No se quiebra jamás. Es ecuánime el ciego en su estatura Que le presta su mano y su poesía A la luz trapecista del ocaso Ya la unánime noche de los días. Es el sordo Beethoven de los pianos, El que oye la flor en el desierto Y a la hormiga del tallo más pesado En el claro de luna de los tiempos.