Regresa cada año rebosante de payasos, trapecistas, fieras y demás. Su carpa roja y blanca se levanta en el lugar de siempre. Un precioso lugar enre montañas cerca de la ciudad en la que vive una chica que al salir del trabajo suele ir a la última función, por las noches. Y se queda a escuchar hasta el último compás que en el número final de la orquesta. Luego se va. Se marcha caminando, y vuelve a casa tan cansada, que se acuesta nada más llegar. Repasa sus recuerdos uno a uno antes de dormir, y se duerme después con el de siempre: el del músico aquel que nunca la mira. Ella espera el valor para decirle que hace años que va solo por verle. Quizá mañana pueda dominar su timidez, y al fin y de una vez... se atreva. Quizá en lugar de irse al acabar, se quede a hablar con él. Y aunque a mi me parece que ya son muchos mañanas que no llegan, quiero confiar en que ella haya encontrado ese valor tan esperado, antes que el se vaya otra vez.