Vivió en un tren Y lo llamó el Huracán. Podía viajar Sin tener que viajar, Y cada día embarcaba su diario de sueños con él. Quiso tener, Sin tener que pagar. Comió y bebio Siempre de un manantial Tan dulce como los besos Esos que soñaba él. Con cien cañones de plata vivió de maravilla. Murió en el barro de la sociedad. Tenía en el bolsillo una colilla, Que la vida es un cigarro que no se debe apagar. No hay sitio aquí Para ese tal Huracán Que deja rastros de asfalto y de barras de bar, Y de colegas de brega Que galopaban con él. Con cien cañones de plata vivió de maravilla. Murió en el barro de la sociedad. Tenía en el bolsillo una colilla, Que la vida es un cigarro que no se debe apagar. Tuvo sus reinas, Sus noches, Sus juegos de amar. Y en el reflejo de un coche Lo hacía real. Que olía como el dolor Decía la gente de él, Como el dolor de las flores que duermen Con el Huracán