Otra vez en el tren. El viaje sigue siendo El natural lugar De este hombre que narra nuestra historia. Los caminos y él Parecen ser lo mismo, Pero ahora le hacen punzante compañía Espinas muy clavadas De los dolores viejos, Y los muchos amores dejados a la espalda Hácenle al corazón El hueco de su ausencia, Que cosa alguna nunca Hacer plenos podría, Pues, al igual que hay luces Que dan oscuridades, Y formas de vestido Que desnudan ambientes, También hay compañías que nos hacen Las soledad más sola, Pues hacen evidente en sumo grado Aquello que nos falta, A la vez que la angustia de impotencia De poder alcanzarlo. ¡Solo, solo, solo! El tren con sus bufidos. Los humos de las altas chimeneas Se pierden en el aire. ¡Esa atmósfera gris de nuestra tierra, Que da tristeza al fondo de los montes! La Asturias neblinosa de los ríos negros El paso va dejando A la rural Asturias de la pradera verde, A la quieta figura de la vaca Pastando en la ladera, Al laurel siempre fresco Y a los robles frondosos, El hórreo familiar Y los bueyes uncidos del camino, Los repajos cerrados por las murias de piedra, Los montes que amenazan en su altura Contender con el cielo, El misterio del valle cercado de sí mismo... Un invierno incipiente encierra el horizonte, Una cortina de agua Tamiza con la lluvia en los cristales Los contornos borrosos del paisaje. Luego cesa el llover Y en un llano del tren vuelve el silencio. Afuera, unas figuras a lo lejos quietas, Y tanto más fugaces A la visión que quiere aprisionarlas Cuanto más cerca están de la ventana. Adentro, una tristeza honda, Un llanto contenido, Un viaje sin conciencia De su término claro, Un hombre solo y triste, Igual que una hoja muerta Llevada por el viento.