Mi esposa padece furor uterino No damos abasto ni yo ni el vecino. Y a mí me da pena del pobre Avelino. Cada dos por tres me invento algún viaje Para reponerme de su amor salvaje Y ella, en cuanto salgo, le ordena que baje. Ya se rasga su camisón. Desde el descansillo lo llama: ¡Avelino! Y el hombre respinga, se pone mohino Le entra como angustia, maldice su sino. Lo ves vacilante bajar la escalera Sabiendo de sobra qué es lo que le espera En cuanto se encierre con tamaña fiera Desprovista de compasión Cuyo arte de amar es tan sólo el barroco Las líneas sencillas le dicen bien poco Quiere garabatos de volverse loco Y eso al tercer polvo lo deja hecho cisco Es un ser humano, no es un obelisco Y preferiría escuchar un disco O mirar la televisión. Leer poesía, comer huevos fritos Ver desde el balcón pasar lo aerolitos Pero ella lo cuadra con un par de gritos: ¡Tráete esa panoplia y vuelve a la cama Aún no has apagado la menor llama! Y él ve la panoplia y es un panorama. Y hace de tripas corazón. Allá va el buen hombre a su hercúleo trabajo Mientras le hace cosas reza por lo bajo Para que, mañana, yo regrese al tajo. Y, por esa noche la cuestión resuelta En la pensión Paqui, que está allí, a la vuelta Mientras tanto yo duermo a pierna suelta Sin caerme de mi colchón. Yo, que era la imagen del romanticismo Hoy, os lo confieso, me puede el cinismo Y al pobre Avelino le pasa lo mismo. Cuando me lo cruzo me dice: Vicente Yo sólo te quiero de cuerpo presente. No sé si está haciendo un chiste inocente O es que se pasa de guasón. Y a mí qué me cuenta, que no viva arriba Pero ya que vive, pues que se desviva Y haga lo posible por esa excesiva Que, al no darle abasto, nunca se nos sacia Y a su mismo sexo no siendo reacia También me da pena de la pobre Engracia. Pero eso es otra canción. (Javier Krahe)